Francisco falleció tan solo un día después de haber presidido, visiblemente debilitado, la bendición “Urbi et Orbi” del Domingo de Pascua, uno de los eventos más emblemáticos del calendario católico. Aunque no pudo oficiar completamente la misa, su presencia en la Plaza de San Pedro fue un testimonio de su compromiso hasta el último momento, a pesar de haber atravesado una grave doble neumonía en los meses previos.
Su muerte marca el final de un pontificado de doce años que dejó una huella profunda en la Iglesia y el mundo entero.
Desde los barrios de Buenos Aires hasta el corazón del Vaticano, Francisco llevó consigo el alma de América Latina al trono de Pedro. Su elección en 2013 marcó un hito histórico: el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita, y un pastor que eligió el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís, símbolo de pobreza y paz.
Durante su pontificado, desafió las estructuras tradicionales, abogando por una Iglesia más cercana a los marginados y comprometida con los desafíos contemporáneos como el cambio climático, la migración y la desigualdad global. Su liderazgo fue un faro de esperanza para muchos en América Latina, reflejando los valores de humildad, justicia y compasión que caracterizan a la región.
Hoy, al despedirnos de Francisco, recordamos a un líder que no solo guió a la Iglesia Católica, sino que también inspiró a millones a vivir con más amor y empatía. Su legado perdurará en cada acto de bondad y en cada lucha por un mundo más justo.
Francisco: Voz profética de América Latina
Antes de convertirse en líder de más de mil millones de católicos, Jorge Mario Bergoglio ya era una figura profundamente influyente en América Latina. Como arzobispo de Buenos Aires, recorría las villas miseria, viajaba en colectivo y prefería los gestos silenciosos de solidaridad a los títulos grandilocuentes. Esa cercanía no cambió al convertirse en Papa; al contrario, su pontificado amplificó esa voz latinoamericana que tanto necesitaba ser escuchada.
Desde el Vaticano, el Papa Francisco puso en el centro del debate global las preocupaciones del sur: la pobreza estructural, la exclusión social, la corrupción política y la violencia que afecta a los más vulnerables. Sus discursos en Brasil durante la Jornada Mundial de la Juventud en 2013 marcaron un punto de inflexión: “¡Quiero lío en las diócesis!”, clamó ante miles de jóvenes, en un llamado a una fe viva, comprometida, capaz de cuestionar los poderes establecidos.
En países como Bolivia, Paraguay, México y Colombia, Francisco no solo celebró misas multitudinarias, sino que dialogó con pueblos indígenas, víctimas del conflicto armado, campesinos y migrantes. Su visita a Chiapas, por ejemplo, fue un gesto rotundo a favor de los derechos de los pueblos originarios y de la defensa de la Casa Común —su concepto ecológico y espiritual del planeta, desarrollado en la encíclica Laudato Si’.
Tuvo también un rol diplomático fundamental en momentos clave, como el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. En un continente marcado por la polarización ideológica, Francisco buscó tender puentes, llamando al diálogo y a la reconciliación. Nunca temió denunciar tanto al capitalismo salvaje como a los populismos autoritarios, siempre desde una perspectiva evangélica profundamente arraigada en la justicia social.
Su mayor legado para América Latina tal vez sea haber reafirmado que el cristianismo no puede ser neutral frente al sufrimiento humano. Bajo su liderazgo, la opción preferencial por los pobres —nacida en el Concilio de Medellín y promovida por la Teología de la Liberación— encontró un nuevo impulso, ahora validado desde Roma.
Francisco fue más que un Papa argentino. Fue un hijo de América Latina que llevó su identidad, con todas sus heridas y esperanzas, al centro de la Iglesia universal. Hoy, su mensaje sigue latiendo en cada comunidad que sueña con dignidad, en cada voz que exige justicia y en cada corazón que cree que otro mundo aún es posible.