En los últimos dos meses, el mundo se ha puesto de cabeza gracias a la pandemia de COVID-19. Gran parte de la sociedad se encuentra en un estado suspendido, en donde prácticamente todos los sectores públicos y privados, enfrentan un futuro incierto. Hace unas semanas, unos amigos me preguntaron, ¿cómo estaba la “situación” en México? Lo único que pude contestar fue que, afortunadamente, parecía que ahora sí, el gobierno se lo estaba tomando en serio. Así de baja es la expectativa. Y qué más se puede esperar cuando hace poco más de un mes, cuando Europa advertía que la ola de contagios arrasaría con los sistemas de salud de América Latina, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, estaba de gira por el país, ignorando los protocolos de distanciamiento recomendados por su propio gobierno. Día con día, es cada vez más evidente la desconexión que existe entre la comunidad científica y el resto del país, particularmente el Estado. No es una exageración decir que gran parte del éxito que muchos países han tenido en controlar el número de infecciones, se debe al esfuerzo de la comunidad científica. Gracias al trabajo de epidemiólogos, genetistas, médicos y virólogos, es que se pudieron establecer medidas preventivas a buen tiempo. Estadísticos y matemáticos, recolectaron y analizaron datos demográficos sobre la incidencia de infecciones. Ni que decir de quienes desarrollaron pruebas de detección y hoy, desarrollan una posible vacuna en contra del COVID-19. Al mismo tiempo, hubo mandatarios y gobernantes que reconocieron el valor de dicho trabajo y reaccionaron ante la crisis con el debido rigor científico.
En México, hoy se vive un caos de información; el gobierno estima, dependiendo a quién le preguntes y el día de la semana, que el número real de infecciones es entre 8 o 30 veces más de los casos que reporta confirmados. En todo caso, cualquier cifra es dudosa, ya que en México se hacen 0.4 pruebas de COVID-19 por cada mil habitantes, el número más bajo entre los miembros de la OCDE. A mediados de marzo se reportó la disponibilidad de aproximadamente 6,175 ventiladores en todo el país, pero un estudio reciente revela que 6 de cada 10 ventiladores no funcionan. Muchos gobernantes han aprovechado estos momentos, no para asegurar el bien público como su cargo supone, sino para enriquecer a sus familiares y atacarse los unos a los otros. Increíblemente, con la mínima cantidad de recursos disponibles, se espera que los científicos mexicanos tengan opiniones y respuestas para todo, claro, siempre y cuando éstas vayan en total acuerdo con la agenda del gobierno; de no serlo así, la integridad de los investigadores es juzgada y cualquier trabajo es inmediatamente descalificado como un ataque de la “oposición”.
De acuerdo con la Ley de Ciencia y Tecnología, establecida en el periodo gubernamental del 2000-2006, México debe destinar el 1% de su PIB al desarrollo científico y tecnológico. Esta ley nunca ha sido respetada. Actualmente, el presupuesto asignado para este año es del 0.38% del PIB. Aún con un incremento histórico de 6,927 millones de pesos (€ 263M), el principal organismo en investigación, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, únicamente recibirá un 28%, un porcentaje menor aún, que el ya poco de años pasados. Lo que sí se ha hecho, es aceptar un decreto de dudosa legalidad, con el cuál se terminaron un número de fideicomisos públicos esenciales para decenas de institutos de investigación. El costo de ignorar el desarrollo científico es evidente ahora más que nunca, empezando por la falta de educación científica básica en todos los niveles. En un peligroso desate de ignorancia, miembros del gobierno han declarado que COVID-19 únicamente afecta a los ricos. En Europa y Estados Unidos, se aplaude diariamente el trabajo de médicos y enfermeras; en México, son agredidos y físicamente atacados porque se cree que esparcen la infección. Décadas de descuido y corrupción en el sistema de salud han hecho que los mexicanos sean extremadamente susceptibles a contagiarse de COVID-19 debido a las altas tasas de diabetes y obesidad. Preocupantemente, una considerable parte de la población cree que la pandemia se trata de un engaño masivo para controlar a la población.
Sería fácil culpar al actual gobierno por la crisis que el COVID-19 ha desatado, pero ha habido un descuido hacia la educación e investigación científica desde el siglo pasado. Es claro que una buena base científica hubiera ayudado a México a tener una mejor respuesta ante la pandemia, aun contando con mucho menos recursos que otros países y tomando en cuenta que la gran parte de la población no puede darse el lujo de trabajar desde casa. Sería un buen momento para reconsiderar el valor de la ciencia, romper la mala administración de gobiernos anteriores y priorizar la inversión en materias de ciencia y tecnología, pero éste no es el caso. Muchos de los recursos monetarios que originalmente se asignan a la investigación, no van a ir a parar al sistema de salud o al desarrollo de tecnologías que mejoren las condiciones de salubridad en comunidades rurales, sino a la empresa petrolera PEMEX, la más endeudada del mundo.
Este año, se publicó en ésta misma revista, acerca de la “fuga de cerebros” latinoamericanos hacia Europa y Estados Unidos por falta de oportunidades. Si hubiera una oportunidad para que México creara programas de empleo que mantuvieran y atrajeran a esos profesionales o mejorara los sueldos y condiciones laborales de los científicos que trabajan en el país, sería ésta. Se estima que se COVID-19 dejará en la pobreza a casi 11 millones de personas adicionales en México. Proyectos científicos de largo plazo como lo son, el desarrollo de energías sustentables, la distribución de agua potable, el manejo de plagas y la protección del medio ambiente, contribuirían a tener una base sobre la cual se puede atender la salud de la gente más vulnerable efectivamente. Desgraciadamente, la malinterpretación del Estado sobre la función de la ciencia corroe cualquier intento de desarrollar la investigación científica y tecnológica en México y aún en medio de una pandemia, “ciencia” es sólo una palabra, no una necesidad.